lunes, 14 de abril de 2014

Fortuna y responsabilidad


Hace unos cuantos libros de Roth que me digo que ya está, que tengo que dejar de leerlo, al menos por un rato, pero siempre vuelvo. Estos días leí Némesis, que será, según dijo, su última novela. No sé si ya sabía eso o no antes de leerla o si eso ahora afecta mi juicio, pero mi sensación es que Némesis tiene todo lo bueno que puede tener un libro de un escritor formidable y de tanta experiencia, y todo lo malo también. Es un libro bien estructurado, bien investigado y que plantea una discusión de fondo, pero al mismo tiempo parece un ejercicio demasiado profesional, demasiado pensado.
Némesis vuelve al Newark judío de la niñez de Roth, y retrata la gran epidemia de polio en esa ciudad en medio de la Segunda Guerra Mundial, en 1944. El héroe de esta tragedia es Bucky Cantor, un profesor de educación física que no puede ir a la guerra por problemas de vista. Casi huérfano, Bucky había sido educado en el deber por su abuelo, un inmigrante almacenero durísimo, "para ser un luchador sin miedo, entrenado a pensar que debía ser un hombre de enorme responsabilidad, listo y preparado para defender lo correcto". (p. 173)
La epidemia encuentra a Bucky como coordinador de juegos de un parque, a cargo de un grupo de chicos en el centro geográfico de la epidemia. Bucky sabía qué tenía que hacer. "Cualquier demanda que se le hiciera, él tenía que cumplirla, y la demanda ahora era cuidar a sus chicos del parque, en peligro. Y tenía que cumplirla no sólo por los chicos sino por el respeto a la memoria del tenaz almacenero quien, con toda su dura intensidad y a pesar de todas sus limitaciones, había cumplido todas las demandas que había enfrentado." (p. 90)
Pero Roth pone a Cantor en un problema. Una mujer, su prometida, le ofrece una salida del centro de la epidemia, y Roth ejemplifica esa tentación no con una manzana sino con un durazno que Cantor come con el padre de su prometida mientras busca consuelo por la muerte de algunos niños del parque. En el entierro de uno de ellos, Cantor había comenzado a dudar de su Dios. "Todos acompañaron al rabino recitando la oración de los muertos, alabando a Dios todopoderoso, alabando extravagantemente, sin escatimar esfuerzos, al mismo Dios que había permitido que todo, incluyendo a los niños, fuera destruido por la muerte." (p. 74)
A partir de allí comienza el camino de la tragedia, y en el capítulo final, que ocurre décadas después, aparecen las dos interpretaciones posibles de lo ocurrido. Una es la del propio Bucky, quien a pesar de renegar de su Dios no se perdona su supuesta responsabilidad: "Tiene que convertir su tragedia en culpa. Tiene que encontrar necesidad para lo que ocurre." (p. 265) La otra versión es la del narrador, uno de los niños del parque: "A veces tenés suerte y a veces no. Cualquier biografía es fortuna y, comenzando por la concepción, la fortuna - la tiranía de la contingencia - es todo." (p. 243) Con frialdad, con profesionalidad, Roth cuenta una historia fuerte y con sentido, pero a la que quizás le falta un poco de espontaneidad, de corazón.

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