martes, 5 de abril de 2016

El deber



Leer a los clásicos puede ser muy iluminador y también muy aburrido. Leí The Age of Innocence, de Edith Wharton, y me pareció genial y me aburrió, pero no tanto como para no terminarla. Me costó, por momentos tuve que hacer mucho esfuerzo, pero cumplí con el deber de terminarla y valió la pena.
Se trata, como muchos sabrán, de la historia de un amor que parece imposible. Detrás de esa historia está el enjuiciamiento del sistema social que imposibilita ese amor (y cualquier amor verdadero), el de la Nueva York de la segunda mitad del siglo XIX. Un paso más atrás está la idea de que toda estructura social de alguna u otra manera constriñe la libertad individual. Como le dice Newland a Ellen en un pasaje lleno de ironía, "El individuo, en estos casos, es casi siempre sacrificado frente a lo que se supone que es el interés colectivo" (p. 93). Entre el deseo individual y el deber impuesto por la comunidad prima el deber, parece decir Newland.
The Age of Innocence es una novela de ideas y cuando escribo "novela de ideas" pienso en La montaña mágica, de Thomas Mann. Tanto La montaña mágica (publicada en 1924) como The age of innocence (1920) hablan del brutal cambio de época producido con la Primer Guerra Mundial; el primero centrado más en lo político y el segundo más en las relaciones personales. Ambos son, también, bastante aburridos (creo que hoy no podría terminar La montaña mágica). Hay cosas, además, que resultan viejas; tanto en lo que sucede (todos los personajes andan poniéndose colorados) como en la forma, sobre todo cuando termina explicando demasiado, contra esa gran máxima de la literatura americana que dice que hay que mostrar y no contar. Así y todo, el libro no deja de ser genial: por las pequeñas ironías internas, por el armado del libro, por algunas frases concretas y porque, a pesar de todo, queda abierto para la discusión. Para la discusión sobre el libro en sí (¿por qué no sube Newland en la escena final?, ¿cuánto sabía May? ¿era una manipuladora Ellen? y muchas más) y por lo que se mantiene vigente: ¿cuán libre es el individuo, incluso en sociedades supuestamente tan liberales como las del siglo XXI?
Al final del día, hay una razón por la que los clásicos son clásicos, y por eso leerlos es algo más que un deber, aún cuando a veces tengamos que obligarnos un poco.

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